Ondas de choque.
A principios de mes, la tumultuosa campaña de perforación ártica de Shell llegó a un repentino y costoso fin. En una declaración escrita, la compañía anunció que cesaba sus actividades en la costa alaskeña “por el futuro previsible”, con una pérdida de miles de millones de dólares. La noticia impactó y entusiasmó a sus críticos, muchos de los cuales temían que el esfuerzo de siete años para detener a Shell había muerto en julio, cuando la administración Obama aprobó los permisos de perforación de la compañía.
La verdad, era de esperarse. Desde hace varios años, en repuesta a demandas de grupos ambientalistas y Nativos de Alaska, la presión pública por mayor seguridad después del desastre Deepwater Horizon de British Petroleum (BP) en el Golfo de México, y una serie de fracasos de Shell en el Ártico, el gobierno federal impuso restricciones de regulación significativas a los permisos de Shell; entre ellas, limitó la perforación a solo un pozo a la vez y dio a la compañía un lapso relativamente corto de tres meses para trabajar en el Ártico. Con objeto de evitar el inminente hielo invernal y el inclemente clima que, en diciembre de 2012, ocasionó el naufragio de la plataforma Kuluk de Shell, la presidencia Obama estipuló que la compañía tenía que terminar sus actividades de exploración en septiembre 28 y enviar a puerto su armada de 29 barcos, la cual podría regresar el siguiente verano.
No obstante, las operaciones de Shell enfrentaban obstáculos incluso en los meses estivales, relativamente benignos. A principios de julio, se abrió un gran orificio en el tanque de lastre de su plataforma Fennica cuando navegaba hacia el mar de Chukchi, por lo que tuvo que ser reparada en Portland, Oregón, aplazando en varias semanas el inicio de las operaciones. Una vez iniciada la perforación, fuertes vientos y altas olas, a fines de agosto y principios de septiembre, obligaron a Shell a suspender actividades durante varios días.
Mientras tanto, los autollamados manifestantes “#ShellNo” se dedicaron, específicamente, a reducir la ventana de perforación de tres meses, implementando acciones para entorpecer el desplazamiento de las plataformas cuando salían y entraban en Washington y Oregón.
También influyó el casi colapso del precio del petróleo, de unos 150 dólares por barril, en 2008 (cuando Shell compró sus arriendos) a menos de 45 dólares, el verano pasado. Pese a ello, a mediados de septiembre, Shell renovó públicamente su compromiso con el Ártico. En una entrevista con BBC, Ben van Beurden, director ejecutivo, declaró que la producción no se llevaría a cabo hasta, por lo menos, 2030, de esa manera, Shell evitaría vender el crudo a los actuales precios bajos o no tendría que castigar el precio añadiendo más producto a un mercado de por sí saturado. Esa táctica de espera fue imitada, una semana después, por el principal consultor ártico de Exxon Mobil, Jed Hamilton, quien dijo: “Las petroleras estadounidenses deben explorar el Ártico en busca de crudo para que puedan extraerlo en un par de décadas, cuando los campos de petróleo de esquisto del país casi se hayan agotado”.
El valor se acumula aun sin producir un par de días. El monto más significativo se debe a que la compañía incluye al Ártico entre sus propiedades, algo denominado “reservas en libros”, cosa que ocurre cuando (y si acaso) Shell puede comprobar que existe petróleo en el sitio, y que puede y pretende producirlo. Shell también podría esperar que el precio de su participación aumente a corto plazo si logra demostrar que, en el futuro, puede registrar en libros esas reservas anticipadamente. Con todo, era poco probable que, con el tiempo que tenía, la compañía encontrara suficiente crudo en un solo pozo para lograr esos objetivos; y además, determinó que sus costos –que ya superaban los 7 mil millones de dólares- no superarían los beneficios de seguir adelante.
Lo que Shell necesitaba era un impulso. Un conocido refrán de la industria dice: “Si no puedes encontrar petróleo en el campo, búscalo en Wall Street”. Por ello, Shell está buscando la autorización para la segunda fusión de empresas petroleras más grande de la historia: una oferta de 70 mil millones de dólares por el Grupo BG, sito en Londres. La operación es crítica para la salud corporativa de Shell, pues las utilidades de la empresa colapsaron casi 50 por ciento entre 2012 y 2014 (contra 28 y 27 por ciento para Exxon Mobil y Chevron, respectivamente), y ahora ostenta la dudosa distinción de tener la peor “proporción de reemplazo de reservas” (tasa con que una empresa reemplaza el crudo y el gas que produce con nuevos hallazgos) respecto de cualquier petrolera importante, otra razón por la que Shell permaneció en el Ártico más tiempo que cualquier otra compañía.
Sin embargo, la respuesta pública cada vez más negativa a sus operaciones árticas no ayudó a su causa. De hecho, excepto por el oleoducto Keystone XL, es difícil recordar un proyecto petrolero activo que haya enfrentado más oposición global en la historia moderna. Amén de las medidas conocidas en lugares como Seattle y Portland, se desató una andanada de protestas en la sede londinense de Shell, incluido el plantón de una semana de oso polar del tamaño de un autobús de dos pisos y representaciones en vivo de “Réquiem por el Hielo Ártico”, interpretado por una orquesta de 10 instrumentos de cuerda. El 10 de septiembre, Shell fue expulsado públicamente del grupo climático corporativo del príncipe Carlos (organización que ayudó a fundar) por causa de su perforación ártica.
Shell sabía que las probabilidades de reservar sus hallazgos en libros eran cada vez menores, de modo que tenía pocas razones para incurrir en los riesgos inherentes a mantener sus plataformas en el Ártico. Por ejemplo, aunque hubiera permanecido y encontrado crudo, habría tenido que solicitar un nuevo permiso de perforación y la probabilidad de recibirlo era cada día más remota. En sus esfuerzos para contener a su base ambientalista, los principales contendientes presidenciales demócratas dejaron clara su postura sobre la perforación ártica de Shell (Hillary Clinton) y la perforación ártica en general (Bernie Sanders).
Entre tanto, el histórico viaje de Obama a Alaska, el mes pasado, llevaba la intención de resaltar su más decidido argumento para actuar a favor del clima en anticipación a las negociaciones climáticas ONU que se llevarán a cabo en París, en noviembre. “Arrastraré al mundo conmigo hasta París”, dijo Obama, presuntamente. Pero en vez de ello, su visita fue recibida con abucheos de “hipocresía climática”, dado que las plataformas de Shell –aprobadas por su administración- flotaban en la imaginación del público como un fondo mental en cada selfie y vídeo GoPro que tomaba el mandatario. En uno de esos vídeos, Obama aparece parado en la orilla de la Bahía de Bristol, hablando orgullosamente de haber protegido el área porque “es un sitio muy sensible y la gente depende de él para su economía, su sustento y simplemente, para sostener a sus familias”. Lo mismo podría decirse de las comunidades que viven en las cercanas costas del mar de Chukchi.
Wainwright, Alaska, con una población de 500 habitantes, yace junto al mar de Chukchi, en el extremo más septentrional de la Ladera Norte. Los inupiat han vivido en la Ladera Norte desde 500 d.C. y durante toda su historia, lo que hoy se conoce como Wainwright ha sido una aldea de subsistencia que depende casi por completo del mar y la tierra.
Shell perforaba a unos 115 kilómetros de la costa, más o menos la misma distancia de la operación Deepwater Horizon BP en el Golfo de México, frente a la costa de Boothville-Venice, Luisiana, la población más próxima a la plataforma. Así como Shell proyectaba pasar años en la etapa de exploración de sus operaciones, BP se encontraba en fase de preproducción cuando el pozo Macondo sufrió una explosión incontrolada que precipitó el derrame costero más grande en la historia. “Estoy muy preocupado por lo de Shell”, me dijo James Griffin, custodio de la única escuela de la aldea. “Si hay un derrame, afectará nuestras ballenas y focas. Son nuestra subsistencia”.
Las paredes del hogar de Ida Panik (63 años) están decoradas con composiciones fotográficas de cacerías de ballenas que dirigieron su marido y su padre, ambos capitanes balleneros. “Las protegemos y ellas nos proveen”, dijo. “Nos necesitamos mutuamente”. Teme que la presencia de Shell amenace “a nuestras belugas, nuestras focas barbudas, nuestras ballenas, de las que dependemos”.
El 20 de julio, cuando la armada de Shell llegó a Chukchi, la rapera inupiat Allison Akootchook Warden, llamada “AKA-MATU”, estaba actuando en el ayuntamiento. Warden, residente de Anchorage, Alaska y criada algunos años en la aldea de Kaktovik, en el Refugio Nacional de la Vida Salvaje del Ártico, inició su rap en inupiaq: “Allai si!akputalla?uqtuq. Nunakput alla?uqtuq. Sikuiqsuq” (“Es muy malo que nuestro clima haya cambiado, trayendo consigo la transformación de nuestra tierra y nuestra nación. Ya no hay hielo”). Como muchas otras aldeas alasqueñas de la costa, Wainwright y Kaktovik están hundiéndose en el mar.
El cambio climático politizó a Warden, pero la perforación petrolera la llevó a marchar en las calles de la Ciudad de Nueva York con otras 400,000 personas en septiembre de 2014, y a protestar por la plataforma Pioneer de Shell, en Seattle. “Es terrible ver que amenazan tu cultura de esa manera, tu forma de vida”, dice. “Esta gente no todavía no ha visto [la plataforma Polar Pioneer], pero yo sí. Es monstruosa”.
Sin embargo, hace un año, los líderes de la aldea suscribieron un acuerdo sin precedentes con Shell. Olgoonik, la corporación de la aldea, se unió con otras cinco aldeas de la Ladera Norte para pagar un total de 45 millones de dólares y comprar una participación del arriendo de Shell en Chukchi (que se encuentra en aguas federales), convirtiéndose en beneficiarios financieros directos de las operaciones. Cifraron sus esperanzas en el ingreso a largo plazo y en el impulso inmediato para la economía local, con empleos y mayor gasto local. Mas los trabajadores de las operaciones de Shell fueron reclutados fuera de la comunidad y guardaron sus salarios para gastarlos en casa, con sus familias. Ellos y otros forasteros poblaron el “campamento de hombres” a orillas de la aldea; y Shell ya tenía planes para crear otro campamento masculino para 300 residentes (en una aldea de apenas 550 habitantes).
Sentado en un peñasco que domina el mar de Chukchi en busca de belugas, Tex Bodfish no necesitó muchas palabras para expresar lo que sentía por Shell. Agitando sus brazos agresivamente hacia el mar, exhortó a la compañía: “¡Váyanse de aquí!”.
Obtuvo su deseo, al menos por ahora. Al dar la noticia de su retiro, Shell informó del hallazgo de “indicios de crudo y gas”, pero con los altos costos financieros inherentes y el “desafiante e imprevisible ambiente regulador federal en la costa de Alaska”, el descubrimiento era insuficiente para ameritar una exploración ulterior. Shell sellará y abandonará el único pozo que perforó.
Pero el mismo día que Shell dijo que dejaría de perforar, también anunció que “sigue percibiendo un importante potencial de exploración en la cuenca [Atlántico-Ártico], y es probable que el área termine siendo de importancia estratégica para Alaska y Estados Unidos”. Además, añadió, no abandonaremos los extensos arriendos árticos, que incluyen 275 bloques en el mar de Chukchi.